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Hace ya unos días tuve el placer de acompañar a Alfil a un concierto en la sala Heineken. Aunque han pasado unas semanas aún tengo las notas de lo que apunté nada más volver, así que voy a intentar construir una crónica del concierto tal y como yo lo viví.

Lo malo de los conciertos entre semana es que uno siempre llega algo justo. En esta ocasión, habiendo salido bien del trabajo, íbamos muy bien de tiempo o al menos eso pensaba. Llegamos unos minutos antes de la hora de apertura de puertas y me sorprendió que no hubiese gente haciendo cola. Entramos a la sala, conservando nuestras entradas intactas gracias a los lectores de códigos de barras usados en el control de acceso (ojalá fuese algo más extendido), y ahí vimos por qué no había nadie esperando fuera. Tanto la hora de apertura de puertas como el concierto de los teloneros habían sido adelantados. No sé si se había avisado en algún sitio pero yo no estaba al tanto.

De los madrileños Inordem no había oído nada y, por culpa de este cambio, no puedo decir que ahora les conozca mejor. Me fastidia porque la elección de ver o no el concierto de los telorenos es mía, que para eso he pagado la entrada, y si llego a la hora de apertura de puertas es porque al menos tengo curiosidad por ver y oír a los que actúan. Por desgracia, en esta ocasión apenas escuchamos unas canciones, contundentes y con un sonido decente, pero que supieron a poco en una sala con muy poca gente.

Me temo que no puedo ofrecer una opinión más extensa sobre la actuación. Para la próxima, cuando caiga.

Mientras el grupo recogía sus bártulos nos sentamos tranquilamente y charlamos un rato mientras esperábamos. La sala se fue llenando pero no parecía que fuese a ser una ocasión en la que hubiese muchos problemas de espacio. Por una parte se agradecía no estar agobiados pero por otra creo que una sala llena hubiese tenido un mejor ambiente.

Hablando de ambiente, una sorpresa muy grata fue que casi no hubo fumadores en la sala. Siempre hay algún drogadicto y/o maleducado que se pasa la prohibición de fumar por el arco del triunfo (y nadie de la sala dice nada) pero en esta ocasión los demás apenas tuvimos que soportar las ansias de estos tipos de tener algo en la boca para chupar. Puede que algún día vaya a un concierto sin malos humos.

Y llegó el turno de Marty Friedman, el hombre cuyas comidas españolas favoritas son la paella y la pantera rosa. El escenario tenía un aspecto bastante espartano, con el símbolo del Loudspeaker en la pantalla de fondo. Al frente salieron tres chavales nipones cuyos nombres no supimos hasta casi el final del concierto.

A la batería había un tipo con el pelo cardado y rubio y maquillaje que parecía de Kabuki, al bajo estaba un chaval con vaqueros holgados y camiseta y a la guitarra estaba otro chico (aunque en algún momento de poca iluminación nos asaltó la duda de si era una chica) con pantalones negros ajustados, de espinillera un pañuelo con la bandera de Japón decorada con 日本, camiseta de tirantes de leopardo y una Fender (creo) rosa con purpurina. En fin, que Friedman se trajo a sus músicos desde el país del sol naciente, donde ya lleva mucho tiempo afincado.

La banda fue recibida con aplausos pero evidentemente la ovación más fuerte la recibió Friedman al hacer su aparición sobre las tablas. Con un buen aspecto, empezó directamente el concierto con «Street Demon». En restrospectiva, el sonido fue bastante bueno desde el inicio de la actuación. No sé si tuvieron que hacer muchos ajustes pero, aparte del ya habitual nivel de volumen que hace imprescindible usar tapones, parece que lo tenían todo bien medido. Y yo creo que es un trabajo complicado: nunca he estado muy agusto con la acústica de la sala Heineken. He estado en conciertos en los que he oído todo bien y gente que tenía poco más de un metro sólo oía ruido.

En esta ocasión eché en falta un poco más de definición en el sonido, especialmente en las guitarras. Si bien se podían oír bien combinadas a veces resultaba algo complicado distinguir una de otra. Igualmente, el bajo estaba un poco perdido en el sonido del conjunto. Por ejemplo, en los primeros temas, como «It’s the Unreal Thing» y «Amagigoe» (una versión de 天城越え de Sayuri Ishikawa), que tienen un estilo más contundente, la segunda guitarra se solapaba con el bajo y era en los momentos más pausados, como en «Ballad of the Barbie Bandits», cuando se podía distinguir mejor. La batería no se oía mal pero a mí me llamó más la atención cómo tocaba el personaje a las baquetas que el sonido en sí. Incluso con el rápido comienzo de «Tsume Tsume Tsume» (versión de 爪爪爪 de Maximum the Hormone) o el intenso ritmo de «Elixir» no dejó de gesticular y hacer continuos aspavientos, sin descuidar el compás.

Afortunadamente pudimos disfrutar de una buena visión de todos los músicos casi todo el tiempo. La iluminación fue bastante funcional, sin extravaganzas que aportasen o perjudicasen al espectáculo. El foco estaba casi siempre sobre Friedman, especialmente cuando se dirigía al público, algo que hizo en varias ocasiones. Aparte de los típicos «muchas gracias» (en español) y «qué contentos estamos de estar aquí» (en inglés ya), se molestó en dar un poco de contexto sobre su música y estuvo bastante simpático. La respuesta del público no fue excesivamente entusiástica y yo hubiese esperado una reacción algo más intensa pero no parece que los músicos estuviesen decepcionados.

El concierto en general tuvo un cariz más bien duro. Con temas como «Stigmata Addiction» y «Gimme a Dose», Friedman fue tomando temas de su discografía para construir un repertorio inclinando a su lado más jebi, intercalándolo con melodías más rockeras. Por ejemplo, tras «Cheer Girl Rampage» llegó a incluir algunos compases de «Asche Zu Asche» de Rammstein. No se olvidó de sus temas más clásicos e incluso tuvo un recordatorio de su etapa en Megadeth con el sólo de «Tornado of Souls», tocado a la perfección y causando la mayor reacción del público. Resulta envidiable ver como, casi a sus 50 años, mantiene toda su técnica y todo su virtuosismo intactos.

Igualmente envidiable es la colección de guitarras que fue luciendo. Tampoco es que sacase un modelo distinto en cada canción (y la guitarra purpurina del segundo guitarrista les robó protagonismo) pero sí que hizo más de un cambio a lo largo de la noche.

Después de «Devil Take Tomorrow» Friedman tuvo un recuerdo para Japón y todas las personas afectadas por las últimas catástrofes en esas tierras. Al igual que ellos amaban España, dijo, quería tener un gesto hacia su patria adoptiva y pidió un «We Love Japan» que el público acabó coreando. La única canción de la noche fue «Letter», cantada en japones y con buena voz (a mi parecer) por el bajista. Tanto él como el guitarrista tuvieron una actuación muy destacada, por méritos propios y porque Friedman tuvo muy buena química con ellos sobre el escenario, cediéndoles el protagonismo en más de una ocasión. Hasta llegó a hacer un duelo de guitarras bastante entretenido con su compañero.

El extenso repertorio siguió con temas como «Novocaine Kiss», «Angel» y «Salt in the Wound», tras lo que centró la atención sobre el otro guitarrista, quien se hizo cargo de lucir toda su técnica en «Ripped». A lo largo del concierto no presentó casi ningún tema, aunque sí habló de Tokyo Jukebox y de como, aunque en España no resultase muy familiar, se trataba de un recopilatorio de temas conocidos en Japón, de los que quería dar una muestra. Aparte de los que ya había tocado, escuchamos «Yuki No Hana» (雪の華 de Mika Nakashima) y «Kaeritakunattayo» (帰りたくなったよ de Ikimono-gakari).

El concierto tuvo varios finales. Aunque cerraron con «Time to Say Goodbye» y «Dragon Mistress», despidiéndose la banda saliendo del escenario, volverían a ponerse delante de los focos para tocar un par de temas más. Antes de que terminase el concierto ya había presentado al grupo de músicos que le acompañaba: Mitsuru Fujisawa a la batería (que «pensaba que venía de otro planeta»), Ryota Yoshinari (que calificó de «Yokohama Superstar») al bajo y Takayoshi «the sex machine from Osaka» Ohmura.

Las dos horas de concierto terminaron con «Thunder March» y «Bad D.N.A.», homónimo del último disco que me sorprendió no encontrar para comprar en el puesto con las mercaderías. No sé qué impresión se llevaría de España el señor Friedman y cía. pero espero que tengan ganas de volver en un futuro no muy lejano.