Casi en el último momento decidí ir al concierto del martes pasado en La Riviera. Cada vez con más frecuencia me cuesta ir a este tipo de eventos y sabía que, siendo entre semana, me pasaría factura después, pero iba a estar acompañado y el plan era apetecible. Media hora antes de la apertura de puertas no parecía que hubiera demasiada gente y la entrada al recinto fue bastante rápida.
Una vez dentro buscamos un sitio cómodo donde no molestásemos por la altura y nos quedamos esperando tranquilamente. Prácticamente a las ocho en punto salieron los teloneros al escenario.
De Monolord sólo había escuchado un par de temas el día anterior, uno de ellos el que puse por aquí la semana pasada, pero fueron suficientes para hacerme una idea de lo que nos esperaba.
Lo que no me esperaba era la anormalmente buena calidad de sonido que tendríamos en nuestro sitio, algo que me sorprendió para bien desde los primeros compases de «Where Death Meets The Sea». La batería tenía un volumen adecuado para acentuar el sonido de distorsión monolítica que provenía de bajo y guitarra, y la voz —filtrada con algún tipo de armonizador y/o flanger— completaba la densa mezcla del trío.
Puedo entender que la naturaleza pesada y quasi-monótona de las melodías no fueran del agrado de algunos, pero a mí me gustaron bastante como teloneros. El sueco Esben Willems estuvo muy solido a la batería, de la que no he podido determinar posteriormente el fabricante —el vídeo a cámara rápida del montaje no despeja la incógnita a mis ojos profanos— aunque sí que estaba equipada con parches Evans (una filial de D’Addario) y platillos Zildjian. El finés Mika Häkki, armado con un Gibson RD negro según la descripción esta fotografía, tenía una buena presencia y fue muy expresivo a lo largo de todo el concierto. El compatriota de Willens y guitarrista Thomas V. Jäger estaba algo más atado por su papel adicional como cantante, lo que no le privó de intentar infundir intensidad en su interpretación.
A la postre, su guitarra fue el instrumento que más me costó identificar. En el concierto lo más que pude evidenciar es que tenía forma de Flying V con el cuerpo negro, y el mismo color en el golpeador y el embellecedor del clavijero. Buscando referencias de este último detalle me topé con la Gibson Shred-V pero el resto de características no coincidían. En alguna foto observé que las decoraciones del diapasón tienen el diseño de bloque partido que se ve en la SG Supra o en el cuello de la Les Paul Supreme, como señalan en este artículo. Finalmente fue un vídeo en Facebook [01h06m06s] de hace cinco meses, en el que el propio guitarrista habla del instrumento, el que reveló que se trata de una Greco equipada con una figura LEGO de Yoda en el hueco que debería ocupar la pastilla del cuello y una Finger Burner en la posición del puente. Al final de su actuación pude ver que había otras guitarras, todas de la misma forma y al menos una de ellas con golpeador blanco, pero no vi que las usase. Quizás alguna fuese la Boult que lleva (o llevaba) su firma y ahora no localizo en su página web.
El que sí cambio de instrumento fue Häkki, quien se colgó un Epiphone Korina Explorer de los modelos que mencioné hace año y medio para tocar «Lord of Suffering». Una vez acostumbrado a la cadencia impuesta por el estilo del grupo, su concierto me pareció un buen aperitivo para lo que sería el plato fuerte de la velada. Claro que mi opinión revela un cierto sesgo a favor de los teloneros con un punto stoner, como empecé a apreciar en uno de los conciertos de Annihilator, con Svölk de teloneros y volví a reconocer en el concierto de Mastodon con Red Fang de teloneros.
También ayudó bastante que quien quiera que estuviera al mando de las luces no optara por la opción evidente de dejarlo todo en la penumbra, y aprovechara para resaltar la actuación del grupo con un programa bien ejecutado. De hecho, hablando sólo de teloneros, puede que sea el mejor concierto a nivel técnico que haya presenciado en La Riviera. Ninguna de las secciones de «Rust» se perdieron o dispararon en volumen, pasando de una introducción más bien ambiental de un minuto, sólo con un órgano —pre-grabado en el concierto— y la voz, a una melodía contundente con puentes de sólo un instrumento previos a sólos de guitarra. El hecho de que, en directo, se pudieran diferenciar los instrumentos sin diluir la distorsión densa y la áspera textura sonora buscadas por el grupo me parece muy meritorio.
Se podría decir que el concierto de los escandinavos terminó con «Empress Rising» pero, teniendo en cuenta que el tema dura más de diez minutos, realmente estaría hablando de todo el último tercio de su actuación de media hora. Sé que a más de uno se llevó una impresión como esta [00m06s] pero, como ya he dicho, a mí me gustaron como teloneros. Aunque la sala no tenía demasiada gente espero que se llevaran un recuerdo grato, además del merecido aplauso.
Así que pasadas las ocho y media de la tarde/noche empezaron a retirar el equipo del escenario, tras lo que una sábana de mayor altura que la del recinto tapó la visión de los trabajos en el escenario.
La sábana, negra y adornada con el logotipo de Black Label Society, seguía en su lugar cuando empezó a sonar esta mezcla de Zeppelin y Sabbath [03m23s] sobre las nueve y cinco. Termina el tema, cae la sábana y sobre el escenario está el grupo tocando «Genocide Junkies», iluminados por una luz roja y con unos cañones disparando humo hacia el techo. Más allá de estos artificios iniciales, la presentación fue tan espartana como la que utilizó hace dos años. Dos muros de cabinas con el logotipo de Wylde Audio, que flanqueban la plataforma sobre la que está instalada la batería, y un podio junto al micrófono central decorado con calaveras eran los únicos adornos a la vista.
Cierto es que cualquier tipo de adorno adicional hubiera sido innecesario. Se trata del espectáculo de Wylde y cía. y la atención se centra en el guitarrista y cantante ocupando la posición central, subido en el podio con una Odin BLS blanca como las que ofrecía en los paquetes VIP de la gira. Y, ya que empiezo a señalar guitarras, me fijé que Dario Lorina llevaba una Barbarian Blackout mientras que John DeServio estaba tocando con una variante de cinco cuerdas —unas GHS rojas, por lo que he podido saber— de su bajo Schecter. Para saber que la batería de Jeff Fab era una ddrum con parches Evans y plantillos Meinl he tenido que buscar nuevamente en Instagram, porque desde donde estábamos hubiera sido imposible verlo.
El concierto fue una pasarela de las guitarras de Wylde Audio que, incluso a distancia, se podían reconocer por sus formas y colores. Igualmente, la distancia no impidió apreciar la calidad del sonido, de nuevo sorprendentemente buena. Quizás le hubiera dado un poco más de volumen al bajo, aunque pudiera ser que mi oído llevara inercia de la actuación anterior y por eso echase en falta una mayor presencia del instrumento. Con todo, temas como «Funeral Bell», de versos casi monótonos con énfasis fundamental en el ritmo, resultaban contundentes sin embarrarse ni ser devorados por el sonido del bombo de la batería. Y otra vez es Wylde quien tiene el protagonismo absoluto, especialmente durante los solos. Eso no quiere decir que sus acompañantes se perdieran en las sombras. Lorina le siguió el ritmo en todo momento, lo que ya es encomiable teniendo en cuenta el nivel que mantiene el de Nueva Jersey. Y DeServio, el otro nativo del Estado Jardín, no dejó de buscar al público con sus gestos mientras interpretaba con aparente facilidad su parte.
Zakk no perdió el tiempo con peroratas entre canciones, optando por atacar un tema tras otro sin descanso. La luz roja de ambiente dio paso a la iluminación de unos focos verdes mientras un Wylde en el podio se lucía con la guitarra para abordar sin pausa otra canción de The Blessed Hellride, «Suffering Overdue». En alguna ocasión tuve que recordarme que el tío tiene ya cincuenta y un tacos, porque sobre el escenario desde luego no los aparenta. No es que se dedique a dar botes o correr de un lado para otro, aunque puede que si no tuviese que cantar además de tocar la guitarra lo hiciese, pero desde luego parece tener más energía de la que yo tendría en su lugar.
De hecho, parece que incluso ha mejorado su nivel desde que le viera hace trece años. Y, a diferencia de esa vez, en esta ocasión sí que pude ver interpretada «Bleed for me», tras un cambio de instrumentos en el que DeServio sacó su modelo de cuatro cuerdas, Lorina una Blood Eagle Mahogany Blackout y Wylde una Odin BuzzSaw pero con su tradicional esquema de colores crema y negro, como el que luce la Odin Grail Genesis Bullseye, que presentó en twitter hace un par de años. Aunque podría estar equivocado porque, a pesar que los focos iluminaban suficientemente a los músicos, la luz ambiental daba unos tonos más oscuros a todas las figuras. Fueron pocos los momentos en los que una luz no coloreada iluminase claramente a todos o alguno de los que estaban en el escenario, como al final del último tema mencionado con el foco sobre DeServio.
Entre el público los ánimos parecían buenos. No creo que se llegase al aforo pero había bastante gente, y yo diría que bastante entusiasmada. Todos los temas que habían tocado hasta ese momento tienen más de tres lustros y, por lo tanto, han tenido una mayor exposición y son más reconocibles. Canciones como «Heart of Darkness», que «sólo» tiene cuatro años, podrían no haber tenido el mismo impacto pero no aprecié una bajada en el nivel del público. Puede deberse a que hubiera bastante gente joven, para lo que suele ser la edad media de este tipo de conciertos, pero creo que se puede atribuir fundamentalmente al ritmo que impuso el grupo en todo momento.
Sí es cierto que algunos temas tuvieron un mayor acompañamiento. «Suicide Messiah» fue uno de ellos, que además contó con la colaboración de un tramoyista y/o técnico al megáfono. El último compás de la canción fue coreado por el público con un Wylde atento, que aplaudió cortesmente el esfuerzo de los asistentes antes de realizar un nuevo cambio de instrumento. Las luces se apagaron unos segundos y cuando volvieron Wylde llevaba una Barbarian Skully Reaper como la que se ve a la derecha de la foto en twitter que ponía la día siguiente. DeServio también debió cambiar de bajo porque me pareció que las cuerdas eran de otro color, un verde fosforescente, aunque era el mismo modelo de cuatro cuerdas. La que no he podido identificar es la guitarra de sacó Lorina pero diría que es la que se ve en este vídeo [00m18s] de hace unos meses.
Con esta equipación empezaron un bloque de canciones del último disco, Grimmest Hits, siendo la primera «Trampled Down Below». Quizás no sea el tema más intenso del disco pero estuvo bien en ese momento del concierto, y tuvo su gracia que antes del sólo se marcaran un momento ligeramente psicodélico, con Wylde de espaldas al público haciendo algunos ruidos ambientales con un slide y Lorina haciendo lo propio usando un arco.
El segundo guitarrista volvería a tener el foco para comenzar «All that Once Shined», uno de los temas más entretenidos del concierto. Aparte de los gestos levantando la guitarra durante el puente de la canción, para este tema Wylde tenía preparada la parada que hizo a mitad de canción para dirigir los ánimos del público con gestos a uno y otro lado de la sala. Poco a poco fue acelerando hasta que retomó la guitarra y continuó con la sección más animada del tema. Tras la vuelta a la parte de versos y coros llegaría el momento de presentar al grupo. Así que, mientras seguían tocando la melodía básica de la canción, Wylde fue presentando a sus acompañantes con pequeñas introducciones donde enumeraba sus virtudes y sus pesos en «libras de esteroide orgánico Black Label». Así presentó a John «The Godfather» DeServio, Jeff «The Fabulous Moolah» Fabb y Dario «Sin City, I’m a walking whore-house» Lorina, de quien además dijo que se encargaba de hacer la colada y preparar piccata de pollo. Finalmente saludó en nombre de la Doom Crew Inc. antes de rematar el tema.
Y para que no decayese demasiado el ritmo empalmó con «Room of Nightmares», otro tema de su último disco. Recuerdo haber visto el vídeo de la canción [03m40s] y no me gustó tanto como en el concierto. A riesgo de sonar viejuno, para mí muchas piezas musicales ganan en un contexto determinado, ya sea un álbum o un concierto. Aunque no tengo ningún problema en ir escuchando música al azar, en la mayor parte de las ocasiones cuando termina un tema empiezo a oír en mi cabeza el siguiente que espero escuchar o que me gustaría oír, antes de que empiece a sonar. Sea como sea, para mi gusto fue un acierto poner las tres últimas canciones que he mencionado juntas.
Lo que no me convenció tanto fue incluir «Bridge to Cross», una canción que, sin desagradarme, tampoco me entusiasma. Por ese interés raro que me ha dado, me llamaron más la atención los instrumentos que sacaron para la ocasión. El mayor cambio fue que habilitaron el piano que había sobre el escenario para que Lorina lo pudiera tocar. Desde donde estábamos sólo lo pude ver de perfil, y no he conseguido averiguar ni la marca ni el modelo. Lo qué sí pude ver con claridad fue la Warhammer Vertigo con Floyd Rose en crema y negro que llevaba Wylde, como la que se pudo ver durante su presentación en NAMM hace un par de años, una elección muy apropiada aunque sólo sea por el puente flotante. Aquí es donde debería pedir disculpas por un chascarrillo tan malo pero voy a continuar impenitente.
Tenía su cierta lógica que la siguiente canción fuera «In This River», en esta ocasión con Wylde al teclado. Antes de empezar se marcaron un pequeño momento instrumental entre Wylde, DeServio y Fabb, hasta que Lorina salió al escenario para ocupar la posición central con una Blood Eagle Nordic Ice. Evidentemente el foco seguía sobre Zakk, quien tenía a mano algún tipo de infusión que estuvo tomando a lo largo del concierto. Justo antes del comienzo de la canción unas lonas cubrieron los muros de cabinas con imágenes de Dimebag Darrell, en cuyo recuerdo compuso el tema. Es un detalle bonito que fue aplaudido por el público.
Tras estos dos temas más tranquilos el concierto fue recuperando la velocidad de crucero, de forma gradual, con «The Blessed Hellride». Una vez hubieron retirado el piano del escenario se pudo ver a DeServio de nuevo con un bajo de cinco cuerdas rojas, Lorina salía con una acústica de doce cuerdas y Wylde llevaba una Norse White Buzzsaw Warhammer o’ Doom, como la bautizó en twitter el verano pasado. Mientras animaba a cantar el final de la canción se la desenganchó para presentarla al público sobre su cabeza. Es de agradecer que tampoco se entretuviese demasiado en este tipo de gestos, curiosos aunque preparados de antemano, y sólo tuviese estos pequeños guiños para llamar la atención de forma puntual. La sensación era que los temas iban cayendo uno tras otro, sin tregua, y hay que apreciar el saber hacer de un profesional del espectáculo a la hora de minimizar el tiempo de espera, con pequeñas distracciones y sin abusar de la paciencia del público.
En este caso el cambio fue para tocar «A Love Unreal», la última canción del concierto sacada de Grimmest Hits, precedida por su introducción pre-grabada. El tema es de los que más me gustan del disco y en directo suena aún mejor. El cambio que meten después del solo, aunque breve, es una inyección de adrenalina. DeServio volvió a utilizar su bajo de cuatro cuerdas verdes, Wylde tenía la Barbarian Skully Reaper y Lorina una guitarra que no puede apreciar en el momento. Rebuscando un poco, probablemente se tratase de la misma que sale en la de la foto que se ve en esta entrevista. Si es el caso, probablemente fuera una Lâg S1000 pero no estoy seguro.
Hay que decir que, aunque me haya dado por anotar las guitarras que fueron usando y parezca que eso es lo más relevante, lo más espectacular fue cómo tocaron. Tuvieron la suerte de que las personas responsables del sonido hicieron uno de los mejores trabajos que recuerdo en esa sala, al menos tal y como yo lo oí con tapones y desde donde estábamos. Yo diría, como profano, que el sonido del grupo no es de los más complicados con los que trabajar. Aunque fuera el caso, no quitaría ni un ápice de mérito a quien supo aprovecharlo y hacer una mezcla que sonaba potente sin saturar y sin perder claridad. Tanto la voz como los sólos despuntaban por encima de la base sin resultar estridentes, y las melodías marcadas por bajo y guitarras se podían distinguir sobre el sonido de la batería.
Pero un buen sonido, sin dejar de ser casi un prerrequisito, no implica una buena actuación. Eso depende exclusivamente del talento de los músicos. Afortunadamente para los que estábamos allí, los cuatro sobre el escenario tienen talento por los cuatro costados, empezando por el líder del grupo. Pocos artistas son capaces de marcarse un sólo interminable mientras se dan un paseo entre el público, haciendo parada primero en la pista y después acabar tocando sobre una de las barras de bar de la sala. Eso es lo que hizo Zakk Wylde durante varios minutos en medio de «Fire it Up», llevando consigo la Barbarian Grimmest Green Psyclone —la que se veía junto a la Skully Reaper en una de las fotos en twitter seañaladas antes— que puso sobre sus hombros en más de una ocasión para seguir tocando de espaldas y también se llevo a la boca para tocar con los dientes. Sólo hubiese faltado prenderle fuego para igualar en términos de espectacularidad a la actuación de Eric Sardinas en esa misma sala hace algo más de doce años. Era curioso echar la mirada de vez en cuando al escenario para ver a DeServio y Lorina, este de nuevo con la guitarra verde que no he podido identificar, repitiendo la base de la estrofa junto a Fabb para que Wylde pudiera hacer el loco con su sólo.
Tras esta demostración de potencia enfilaron el final del concierto con «Concrete Jungle», para la que Wylde volvió con la Warhammer Norse White Buzzsaw y creo que DeServio llevaba otra vez uno de sus bajos de cinco cuerdas. Reconozco que no tengo muy claros algunos de los detalles de este último tramo, aunque estoy casi seguro que Lorina estaba usando una Lâg Arkanator como la que promocionaba en este vídeo [02m03s]. A pesar de todo el cambio de instrumento sólo hubo un pequeño fallo en el sonido, probablemente por el cable que llegaba hasta la guitarra de Wylde, pero fue puntual y totalmente anecdótico.
Puede que hubiera pasado más de hora y media desde que empezaran su actuación pero ni ellos ni el público dejaron que se notase. «Stillborn» podría haber sido el primer tema del concierto, y no el último, por el entusiasmo con el que fue recibido. El grupo se ganó a pulso el aplauso que recibió al despedirse, mientras echaban púas a las primeras filas.
No sé cuándo volver Black Label Society por aquí pero espero tener la oportunidad de volver a verlos en directo.