Recordaba una carta de Hellen Keller describiendo cómo había disfrutado una interpretación de la Sinfonía n.º 9 de Beethoven al leer unos extractos de una entrevista que Corinna da Fonseca-Wollheim hizo a Gabriela Lena Frank, compositora y pianista [que] nació con una pérdida de audición neurosensorial alta-moderada/casi-profunda
, en el New York Times:
Desde que era una niña pequeña me ha fascinado cómo la sordera afectó a Beethoven. […] La progresión a lo largo de las sonatas —un documento musical de su pérdida auditiva en transición— no es ni por asomo perfectamente linear, pero es innegable. […] Creo que también es fascinante que, a medida que las manos de Beethoven se estiraban buscando notas más altas y bajas, pidiera pianos con notas adicionales, elongando el rango de frecuencias del teclado; pidió instrumentos físicamente más pesados que resonaran con más vibración.
Partiendo del axioma que la pérdida de la capacidad de oír influyó en la música de Beethoven, la compositora se pregunta si es una exageración decir que los compositores posteriores, en su gran mayoría oyentes, vieron su forma de entender la música conformada por dicha «estética sorda».
Me parece una reflexión muy interesante y me gustaría pensar que se podría aplicar a otros campos relacionados con la música, aparte de la acústica. Por ejemplo, hablando de mecánica, habría que considerar en qué medida las composiciones de Django Reinhardt derivan de no poder utilizar los dedos anular y meñique de su mano izquierda, tras quemarse en un incendio. O, hablando de óptica, como la ceguera de Joaquín Rodrigo, al que mencioné en referencia a su uso del braille, le llevó a componer sin ayuda visual.