Segundo concierto en menos de un mes. Lo que ya de por sí es una imprudencia, dado mi estado de decrepitud, se podría considerar casi una locura teniendo en cuenta que el local elegido para la actuación era la sala Penélope. Con todo, habiendo estado en el grupo de privilegiados que pudieron disfrutar sin demasiadas incomodidades del concierto de Kreator y compañía, decidimos arriesgarnos otra vez. Además, el cartel prometía, con la pequeña decepción de saber que no vería a Sylosis en directo.
Así pues decidimos ir con algo de tiempo para intentar asegurar, en la medida de lo posible, un sitio decente en la sala. A la postre sería casi lo mejor que podríamos haber hecho, ya que la entrada se complicó con la actuación sorpresa de la Policía Municipal y la retirada de los vehículos de los grupos estacionados a la entrada del local.
Habiendo entrado relativamente pronto nos situamos delante de una de las columnas que hay enfrente del escenario para evitar tener a nadie detrás de nosotros y taparles la vista. A una distancia tan corta del escenario nos aseguramos que teníamos los tapones a mano y estuvimos esperando tranquilamente.
Y salieron a la palestra Dunderbeist luciendo un estilismo de corte clásico a excepción de la pintura facial. Con dos vocalistas, dos guitarras, bajo y batería el escenario se quedaba algo escaso, teniendo en cuenta el espacio ocupado por el equipo de los otros grupos. Los noruegos, para mí desconocidos, reemplazaba a los teloneros originales de la gira. Se les veía con ganas de aprovechar la oportunidad de darse a conocer un poco más, a pesar de no contar con toda la atención de la gente que estaba en la sala.
No creo que el sonido ayudase mucho. Ya fuese por el sitio que ocupábamos o por la dificultad de equilibrar las dos voces de los cantantes con las de los coros y todos los instrumentos, la mezcla parecía poco compensada y algo indefinida. Puede ser también que la apuesta de este grupo no encajase demasiado con el resto del cartel, con un estilo cruzando entre rock duro, (me atrevo a decir) grunge y el metal más melódico.
No me disgustaron aunque no me pude quitar la sensación que ya lo había oído todo antes y, al concluir la media hora que estuvieron tocando, me di cuenta que no había sido capaz de reconocer algo distintivo en sus canciones. Pero para eso se hicieron los menús en los restaurantes: no a todo el mundo le gusta lo mismo, y sí que hubo gente que parecía bastante animada por su actuación.
La actuación de Devin Townsend empezó media hora antes de que apareciesen los músicos en el escenario. Las pantallas del local mostraban unos vídeos con dibujos animados, Ziltoid y desvaríos audiovisuales varios. ¡Hasta salió badgerbadgerbadger! Es una buena ocurrencia para ocupar el tiempo de espera entre grupos, sobre todo si quieres distraerte un rato, y resulta más ameno que estar oyendo un hilo musical genérico. Además, da a entender la preocupación por ofrecer al público algo más allá de lo esperado y, en este caso concreto, parece que el artista disfruta con lo que hace. Tampoco le hubiese hecho ascos a ver un vídeo más extenso, como lo que hizo Down en su concierto en Madrid hace unos años.
Así que, tras reírnos y estar comentando un rato, estábamos más que listos para el concierto del canadiense de marras. Claro que clasificarlo como un concierto es, como poco, insuficiente. A pesar de las limitaciones de la sala lo que presenciamos fue un espectáculo protagonizado por un músico excepcional, con unos acompañantes no menos talentosos. Evidentemente, no podían montar algo como lo que hace Rammstein en sus conciertos pero lo que logísticamente les podía faltar lo suplieron con una entrega insuperable.
Devin en concierto es un tipo divertido, de sonrisa perenne y dispuesto a hacer disfrutar. La única pega es que con el arsenal de temazos que cuenta en su discografía la selección para el concierto debía dejar, necesariamente, más de un clásico fuera. Yo también hubiera dicho que se encontraría con trabas para trasladar al directo sus producciones pero desde que empezó a sonar «Supercrush!» disipé esa idea. Habría supuesto que, en vivo, la densidad de sus composiciones no habría dejado demasiado hueco para detalles más finos, o que se pudiesen echar en falta las voces de acompañamiento. Sin embargo, todos los temas sonaron muy naturales, con volumen pero sin saturar.
Dentro de lo que cabe, el sonido donde estábamos en la sala no era malo y permitía apreciar que aparte de ser un guitarrista muy interesante —y yo diría que infravalorado— también es un buen cantante. «Kingdom», con su entonación cuasi-operística, fue un claro ejemplo de lo que este hombre puede hacer con su voz. Quizás en algún momento hubiese echado en falta un poco más de separación sonora entre su guitarra y la de Dave Young, y el bajo de Brian Waddell se podría haber beneficiado de un volumen más comedido en la batería de Ryan Van Poederooyen, especialmente en temas puramente ambientales como «Truth», pero son quejas menores considerando las limitaciones del local.
Además, cualquier pega que pudiera haber sería compensada por un Townsend comunicativo, simpático, algo gamberro y que parecía estar pasándoselo muy bien sobre el escenario. En mi caso eso, el hecho de al menos aparentar que se está pasando un buen rato, probablemente sea de lo que más contribuya a formarme una opinión positiva en un concierto. Quizás cuando más lo he apreciado ha sido las veces que he visto a Paul Gilbert en directo y lo llegué a señalar en los apuntes de la última vez que vi a Annihilator en concierto.
También admiré la variopinta colección de guitarras que utilizaron a lo largo de la actuación. No las conté pero diría que solo Devin usó más de cinco. Lo que para los aficionados a estos instrumentos es un punto de interés más seguramente sea una complicación adicional para los que tienen que lidiar con el sonido. Volviendo a incidir sobre un punto anterior, se parte de la base de la complejidad del sonido de las canciones, producidas por el propio Townsend, sobre la que se añaden todos estos elementos. Temas como «Planet of the Apes» incluyen acompañamientos de múltiples voces igual que en «Where We Belong», en la que los coros no son tan marcados pero el sonido tiene una amplitud ambiental considerable.
Dicho todo este circunloquio repito que el sonido fue bueno, dadas las circunstancias, donde nosotros estábamos. Otra de las ventajas de nuestra ubicación fue poder ver muy bien casi todo lo que pasaba sobre el escenario. En el centro, sobre una pequeña plataforma, el artista canadiense, flanqueado por Waddell a su derecha y Young a su izquierda. Incluso podíamos ver bastante bien a Van Poederooyen detrás de su batería.
Las luces dejaron ver bien el escenario, mientras que las pantallas que habían servido de entretenimiento antes de la actuación se convirtieron en complementos de la misma, con vídeos más o menos psicodélicos. Claro que para complementos estuvo el sujetador que alguna (¿o algún?) asistente arrojó sobre el escenario y que el cantante, músico y productor no dudó en colocarse en la cabeza para interpretar «War» de dicha guisa. ¿Así quién se iba a fijar en las pantallas? Eso no quita que tuviera su gracia ver que durante «Vampira» estaban enseñando el vídeo promocional del tema.
De todas maneras el protagonista innegable fue Devin, tanto por talento como por actitud. No dudó en animar al público en hacer unas jazz hands para acompañar el estribillo de «Lucky Animals». Y los acompañantes le siguieron el ritmo en todo momento, incluso cuando eso requería retomar un paso más contundente con un tema como «Juular».
El espectáculo fue llevado a un final épico con «Grace» y relativamente tranquilo con «Deep Peace», dejando un inmejorable sabor de boca. La guinda del pastel fue poder capturar una de las púas de Waddell, con una caricatura del músico en forma de Beavis.
Y después del recital de diversión anterior no sabía exactamente cómo reaccionaría con Fear Factory. Reconozco que no guardo el mejor recuerdo de su concierto en julio de 2004 en la sala Aqualung y desde entonces no los había visto en directo. Anecdóticamente, los teloneros en aquella ocasión fueron Chimaria, cuyo guitarrista por aquel entonces, Matt DeVries, es el bajista de la encarnación actual de la Factoría de Miedo. La otra diferencia entre la formación de hoy y la de entonces es la presencia tras la batería de Mike Heller. Bueno, y los años, claro, que no pasan en balde.
Así pues, cuando salieron al escenario nos encontramos a Dino Cazares y Burton C. Bell como únicos integrantes originales de la banda. Ellos son, además, los únicos sobre las tablas que participaron en la creación del último disco del grupo, “The Industrialist”, cuyo tema homónimo abrió el repertorio. A pesar de que la gira viene promovida por este trabajo no se entretuvieron mucho en él, ya que de ahí saltaron a «Shock», primer single de “Obsolete”.
En el concierto de 2004 recuerdo haber salido decepcionado, entre otras cosas, por no haber podido ver apenas al grupo a causa de la mala iluminación durante la actuación. En esta ocasión el programa de luces fue más acertado y permitió distinguir a los músicos. Como acompañamiento visual fueron mostrando imágenes relacionadas con cada tema sobre pantallas. Pudimos disfrutar de todo esto en parte también por estar en un buen sitio, así que no sé cómo se viviría en otras partes del local. Sí me quedó la sensación que la gente lo estaba disfrutando bastante y que temas como «Edgecrusher» y «Smasher/Devourer» fueron todo un éxito.
Pasaron de discos ya considerados clásicos a canciones más recientes, como «Powershifter», tras la que Cazares se dirigió al público en su español mexicano. El guitarrista parecía bastante alegre, bromeando incluso cuando la gente coreó su nombre y el lo corrigió, sugiriendo que coreasen gordo, gordo
. Y cuando se rompió un plato de la batería en «Acres of Skin» lo cogió para ponérselo a modo de sombrero asiático y empezar a preguntar ¿quién quiere arroz?
El repertorio fue un acierto, y me alegra que también tocaran «Linchpin» del “Digimortal”. Volvieron a remontarse con «Resurrection», donde vi a Burton C. Bell algo forzado, para pasar a tocar el otro tema de su último disco que sonaría en la tarde, «Recharger». Esta mezcla de temas de distintas épocas durante la primera mitad del concierto hizo que resultase más interesante y que siempre hubiese algo para distintas personas.
Los únicos discos de los que no tocaron nada fueron los de la etapa con el grupo sin Dino, aunque yo no le hubiese hecho ascos. No sé si eso es señal de un control mayor por alguna parte, ni cómo será la dinámica de este grupo en otros ámbitos, pero sobre el escenario no funcionan mal. Heller lo pasó algo mal por problemas con su batería y DeVries tuvo una actuación correcta. Como digo, Bell tuvo dificultades puntuales para entonar en limpio, pero no se le puede reprochar nada en su actitud.
El último tercio de la actuación vino presentado por el propio Burton como material que había cumplido ya veinte años, dando el salto más grande de la noche en términos de discos para tocar «Martyr» y «Scapegoat».
Claro que para mí el punto álgido de la actuación fue cuando Bell señaló que todavía habían tocado nada de un disco para lanzarse a por «Demanufacture». Reconozco que es una preferencia personal pero me pareció todo un acierto soltar este tema y después las siguientes pistas del disco. «Self Bias Resistor» seguida de «Zero Signal» no pudieron tener mejor acogida, y cuando Burton soltó un we are Fear Factory
y empezaron a tocar «Replica» el público respondió con ganas.
Y así llegamos al final del concierto. Creo que debo reconocer el mérito de Fear Factory quienes, para mi gusto, dejaron una muy buena impresión, lo que es más meritorio después del gran recital de Devin Townsend. Todavía recuerdo el agotamiento en el concierto de Sepultura e In Flames durante el concierto de los segundos tras la apisonadora que fueron los primeros. Lo que sí tuvo en común es que en esta ocasión también conseguí una púa.
Si Fear Factory volviesen tan bien acompañados volvería a verlos. A Devin Townsend voy de cabeza en cuanto pase cerca.